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Category Archives: Casaméxico

…así es Macarena, mucha sorpresa generaron en Javier Ugarte las palabras de Matías, el novio de Rodolfo, que acaba de señalar a nuestras cámaras -y en directo- que falta una semana más para que el roomate del chileno vuelva de sus vacaciones por Asunción. Y digo sorpresa, porque el rostro de Ugarte simplemente se descolocó ante el anuncio, porque ya se creía que los cuidados de las plantas que le dejaron encargadas habían concluído. Te explico Macarena: una de las tareas que el compañero de casa de este chileno, que tiene a su hija de visita en esta ciudad, fue precisamente el mantenimiento del jardín de la vivienda. Y esta tarea que podría parecer muy sencilla, se ha transformado en todo un dolor de cabeza para el nacional, puesto que algunas plantas han cambiado de aspecto, pasando del tradicional, saludable y característico color verde, a un extraño y preocupante color café claro, síntoma que describen los especialistas como “sequedad”. El problema se agrava si se considera que agua no les ha faltado a las plantas, por lo que el proceso de fotosíntesis ha sido el apropiado, según nos han explicado especialistas en la materia. Las sospechas apuntan a que podría tratarse de alguna plaga o en el peor de los casos de un exceso del vital elemento, lo que habría perjudicado el normal desarrollo de la diversidad de especies que habitan este espacio. De todos modos debemos consignar que nuestro compatriota está empecinado en darle solución pronta a este tema, que incluso podría generarle algún tipo de represalia por lo que se consideraría una “falta de compromiso”, y que el propio chileno explica en la siguiente declaración que logramos a la salida de su hogar:

– “No quiero que Rodolfo piense que es una falta de compromiso”.

Ahí veíamos a Ugarte que se retira con escuetas declaraciones y cuyo rumbo es desconocido. Algunas fuentes sin embargo, nos indicaron que el destino sería ubicar alguna tienda especializada en la cual adquirir algunas réplicas de las especies afectadas, creando el llamado “efecto de normalidad” en el jardín para que la vuelta del dueño de casa no sea tan traumática, y con esto evitar algún eventual conflicto entre países.
Vamos a permanecer en el lugar a la espera de novedades, Macarena, y retomamos el contacto ante cualquier novedad… buenas noches.

Ya estoy mejor de mi gastritis… pero no logro comprender que este gato de mierda siga maullando.

Resulta que iba a retomar los compromisos pendientes con mis cada día menos lectores (debo al menos tres post prometidos hace meses), y decidí que lo mejor era acompañar la escritura con una comida rica de día viernes. La semana había estado productiva, y en mi delicatessen máxima figuraba una empanada tocino queso que comí el lunes. Del resto, ni hablar. El asunto es que decido pedir por primera vez en estas tierras del delivery, comida mexicana!!!. Rico dije yo. Unos porotitos negros, unas fajitas y el tonto guacamole que no puede faltar. Todo acompañado de la cerveza de rigor, y tate, escribía al hilo todo lo que faltaba. Al rato de ordenar, llegó la bicicleta de Cancún (el restaurante en cuestión). Comida calientita, cerveza muy fría y un personaje hambriento. Ecuación perfecta. Como caballero que soy, ingerí los alimentos del señor en unos 6 minutos y 12 segundos (mi madre siempre dijo que tragaba, y ya sé a qué se refería). Algunas horas más tarde, el guacamole que había quedado huérfano de la masacre, me miraba con cara de “cómeme, nací para eso” y dispuse a saborearlo con tortillitas ad hoc. El resultado?. Seis de la mañana del sábado una acidez estaba terminando con mi disminuída existencia. Con premura movilicé sales de fruta y abundante líquido, intentando paliar la amenaza fantasma. Pero esa palta con tomate y cebolla me tenía preparado algo más: una de la tarde, mi panza hinchada y a punto de explotar, sudor helado y tiritones. Creí que un nuevo “patita patita” se acercaba, y recordé que alguien mencionó en una oportunidad que un vaso de leche o yoghurt ayuda en estos casos. Mi aporte hoy es que ese consejo es FALSO!. Tres horas post yoghurt, un médico recetaba lo indecible para lo que era una gastritis aguda. Como pude, recogí el valor que quedaba en el suelo y salí a comprar medicamentos. Y bueno, era sábado, así que la farmacia de turno quedaba a 12 cuadras de la casa, aunque sólo me enteré de ello mientras caminaba siguiendo los papelitos pegados en la calle que anunciaban la botica abierta. Remedios en mano, al igual que la dignidad y el espíritu, volvía al hogar para acostarme y poner fin a mis días terrenales. Nunca, digo nunca me había sentido tan mal. Pasé por la puerta del “Cancún” y la escupí, descargando algún resabio de ira que pudiera haber quedado en medio del malestar estomacal. A eso de las 6, el termómetro marcaba 39.6 de fiebre y en Casaméxico penaban las ánimas. Estaba solo, el final era inminente. Revoltijones de estómago -y sus evidentes y asquerosas consecuencias- aparecían junto con delirios que me habría encantado grabar en video para alguna reunión creativa. Eso y conjeturas varias sobre cómo mis células se iban rindiendo ante el ataque mexicano, son parte de los síntomas que vinieron después.
El domingo las cosas no variaron mucho más, claro que ésta vez decidí ducharme, porque las sudoraciones de esa madrugada hacían que yo mismo rechazara a mi yo mismo (?). En fin. Hasta las 8 de la noche todo hacía presagiar que el mal rato ya habia pasado. No había hinchazón, aunque la fiebre continuaba; la sudoración estaba en retirada, pero la cabeza se me partía en dos. Hice de tripas corazón y me acosté, considerando que el lunes tenía que trabajar y no existía manera de justificar mi ausencia. Y como ésta es una historia de perdedores enfermos, la guinda de la torta me la dio un gato en celo que lleva 72 horas ininterrumpidas maullando al lado de mi ventana por su gata enamorada. Buenos Aires ha tenido un par de días de lluvia, ideal para que un gato busque un techo, pero así y todo el condenado prosigue fiel allí, esperando que su amada aparezca y puedan consumar su amor.
En el Artico encontraré mejores condiciones para recuperarme con dignidad?. Acaso el destino me entrega estas pruebas para ver si AL FIN!, uso la sabiduría de los 30?.
El capítulo gástrico logró sacar enseñanzas, la fundamental que quizás estoy “meado de perro”. Aunque la frase que aplica con más certeza sea la de “cagao de gato”. Fin.

Ver destruida mi cama sirvió para darme cuenta de algunas cosas importantes. Primero, en Buenos Aires existe más de un Easy para comprar herramientas. Dos. Las maderas aglomeradas no sirven para nada. Tres. La cola fría que uno compraba para el colegio es una mentira, la verdadera cola es caliente. Esas y otras muchas cosas aprendí cuando tuve en casa México a un verdadero maestro mueblista que se hizo cargo de las tareas de reconstrucción de mi destruida cama.
Pero quizás deba ir más atrás, porque el final no lo puedo contar tan rápido.
Días después de mi discusión telefónica con el “carpintero”, decidí incursionar en el campo de las artes manuales. Lo dice un tipo que en el colegio no pasaba de 4,5 de promedio en esa materia, que carece de evidentes problemas de motricidad gruesa, y que definitivamente no tiene talento para este tipo de cosas. Sin embargo, el desafío era tan estimulante, que decir no a la aventura de rearmar mi propia cama, era casi como admitir que era un bueno para nada.
Salí de compras, y llegué con lo necesario para cortar, pegar y clavar yo mismo el desastre que ya existía. Tomé serrucho, algunas medidas con lápiz grafito, y chaz!, al rato estaba con las maderas de reemplazo listas para ser reinstaladas. El problema (uno más, que horror), fue que no consideré que la estructura de la cama (las maderas exteriores) estaban tan bien pegadas (único trabajo decente del otro mueblista), que fue imposible colocar las maderas interiores sin hacer algo de daño al resto de la estructura. Fue así como después de un par de horas, mucho sudor y por supuesto más de alguna puteada, vi con impotencia cómo mi afán triunfalista del inicio dio paso al desazón extremo, la derrota humillante. Todo estaba casi tan mal como quedó después de la quebrazón inicial.
Apoyé lo que quedaba de cama en la muralla, tiré el colchón al piso, y abandoné por completo la aventura, esperando quizás algún encuentro con amigos para hacer una fogata, lanzar todo allí y hasta permitirme cantar alguna canción de Sui Géneris con rostro melancólico y por supuesto, con más de un dolor de espalda.
Pero no. Cual ave Fénix renací con más bríos, y mirando el cielo azul que brillaba en un Buenos Aires que me decía “don´t give up”, busqué en las paginas amarillas, y finalmente entre coros celestiales, apareció un “maestro mueblista matriculado”. La pesadilla empezaba a disiparse.
El resto no vale la pena contarlo, porque no es más que un señor gordito, muy argentino, que trajo clavos, cola caliente de piel de conejo (“la mejor para fijar cosas para siempre”), y uno que otro juguete de carpintero, y en algo así como hora y media, revivió mis ganas de dormir a más de 5 centímetros del suelo. Mis maderas estaban unidas nuevamente, mis sueños estaban empezando. Mi lugar de descanso había recuperado su nombre. Al fin tenía cama. Al fin.

Ahora me río. Cómo no, si es la única manera posible para poder llevar todo el periplo de mi cama después que me senté en ella aquel sábado en que me la entregaron. Porque lo que pasó ese día fue sencillamente que la cama era una mierda. Tal y como lo leen. Las maderas se quebraron apenas me senté en ella para sacarme las zapatillas. Ni un sólo movimiento peristáltico en ella, ni una noche desenfrenada de pasión, ni un solo desayuno, ningún desperezamiento matinal y ya estaba hundido en aquella estructura de madera, y hundido también en el odio más profundo.
Una de las pocas cosas que recuerdo de todas las que me dijo el carpintero que hizo la cama fue sobre lo duradera y resistente que ésta iba a ser. Quise creer que todo esto era mentira y formaba parte de algún nuevo tipo de ansiedad pre descanso que había desarrollado en la víspera de la llegada de mi cama a Casa México. Pero no. Ahí figuraba yo con una estructura de 120 dólares quebrada casi en tres, producto de un ¨carpintero¨ de tercera. Las maderas estaban carcomidas por termitas, y ese fin de semana fue de película de terror. Intentaba moverme lo menos posible para no seguir haciendo más daño, pero era inútil. Mi mala suerte estaba echada.
El lunes siguiente fue con agresiones verbales al teléfono, porque además de mal carpintero, este tipo resultó ser un caradura: quería que llevara a su taller (y en parte a mi costo), todo el armatoste para arreglarlo. Obviamente me negué a seguir pagando y amenacé con denuncia. Sin embargo, debía encontrar una solución práctica al tema, y decidí hacer algo al respecto. Me transformé por algunas horas en un novel maestro mueblista. El karma recién comenzaba.

Si. Dormir bien es tan importante como respirar aire puro, comer rico y hablar sandeces. Por lo mismo, y porque mi colchón era sencillamente un desastre, es que sacrifiqué algo de plata y partí rumbo a una mueblería al sano ejercicio de la compra y venta. Lo que quería era algo sencillo: sólo un espacio donde colocar un colchón nuevo, rico, blandito.
janeiro pernas cama
Busqué, coticé, regateé. Hasta que encontré el lugar. Una tienda que se dedica al rubro del amoblamiento para casas de campo. Ideal. Imaginé mesas, sillas, escritorios y por cierto camas, que estaban firmes y con prestancia ocupando los lugares que les habían asignado sus dueños por largo tiempo. Vi historias en torno a esos muebles macizos, de maderas nobles, viendo como el paso del tiempo no hacían nada sobre sus estructuras construidas con manos sabias. Recordé por cierto -como no- el camarote que por más de treinta años recibió variados cuerpos cansados en casa de mis padres…
La espera fue larga, aunque sospecho que había más ansiedad que real demora. Diez días en que quise dormir más arriba que el suelo de mi pieza y además sobre sábanas nuevas y colchón de resortes. Sencillamente hacer del acto de dormir una delicia.
El esperado día finalmente llegó. Sábado, temprano y camioneta mediante, dirigí mis pasos a calle Belgrano a saldar cuentas y poder llevarme al fin mi cama. El trámite fue sencillo. Pagar, conversar y admirar un trabajo de artesanos que frente a mis ojos parecía soberbio. Madera sólida, barniz oscuro, pulido perfecto. Mi cabeza no pudo si no imaginar jornadas de descanso y pasión sobre aquella estructura que desafiante estaba esperando ser saboreada por mi espalda cansada.
Pocos minutos más tarde, ya estaba en San Telmo ordenando el espacio, poniendo almohadas, cobertores y sueños en aquel noble respaldo del alma y el cuerpo. Al terminar el trabajo, no pude evitar ver desde fuera del dormitorio el espectáculo que significaba un cuarto completo. Mesa de trabajo, placard, repisas, alfombrita a la entrada, y ahora, por cierto, una cama.
El sueño estaba cumplido. Aunque sólo fuera un sueño de mentira.
Ya sabrán porqué.

Llegué a Baires y me entretuve mucho con las historias de taxistas de Baires. Aprendi una nueva ruta para entrar a Baires (muy rara, muy punga, pero ruta al fin y al cabo), y finalmente llegó la hora de conocer mi casa en Baires…y saben? no era ni parecida a como me la imaginaba…sencillamente era algo distinto. Como cuando miras un tazón y juras que tiene crema de choclo cuando en realidad era café con leche…no es malo, solo es diferente, y precisamente eso fue con lo que me encontré: una casa en San Telmo, barrio antiquísimo de Buenos Aires, mucha basura en las calles, mucha gente en las calles, y una casa con más de una historia.
La casa México (así le llaman) está llena de ángeles. Así me recibió una tarde cuando un auto cargado de bultos se asomó por los adoquines que la decoran desde fuera. Se respira bien acá, se percibe en los colores, las plantas, el cielo brumoso, pero a ratos de un azul intenso…
Aquí comienzo mi periplo, contrariado quizás por esa sensación de indefensión que se siente al llegar a lo desconocido.
Sin embargo, ésos ángeles, los de las puertas que decoran ese increíble espacio, pueden ser la compañía que voy a necesitar en la ciudad de la gente amable, las calles con vida, los sentimientos frescos y expectantes.
Ya dirá el tiempo en que van mis pasos.

Las cosas partieron raras en Baires. Y digo raras, porque la llegada fue diferente, el clima fue diferente, los olores fueron diferentes. Reconozco que las primeras veces fueron mas bien idilicas, con una increible mujer en tardes de noviembre y la segunda y tercera con una gran amiga chilena; ahora sin embargo, quedaba la etapa mas importante: el demostrarse a uno mismo que las cosas eran posibles con la autogestion, y que las ganas de terminar el año con un gran remezón (uno más, que mas da) eran mas que asibles. Aquí habrá de todo, no se exactamente que, pero si podrá ser una especie de vitrina, o como diría alguien que conozco “una mirada al ombligo”. No quiero parecer pretencioso ni nada de eso; solo quiero escribir por la necesidad de contar lo que me pasa en una ciudad en que si bien he conocido gente muy hermosa , también he aumentado mi silencio, buscando quizás ese gancho que me permita iniciar una nueva vida. De momento, Buenos Aires me lo permite.