Cuando tenia 8 años y mis amigos jugaban a la pelota en la plaza, yo chocaba mis autitos Majorette en una muralla; a los 13 la formación del equipo para la pichanga del domingo, me dejaba irremediablemente al arco…y hoy a los casi 31 figuro en La Bombonera viendo un partido entre Boca Juniors y Católica, por el paso a la final de un torneo que no sé ni cómo se llama. Es tan poco lo que sé de futbol que mi amigo personal Pancho Sagredo aprovechó de hacer docencia. Tanto es mi desconocimiento sobre este “arte” como le llaman, que jamás entendí -ni logré entender hoy- porqué los jugadores tienen números en sus camisetas, pudiendo tener solo su nombre, o un refrán japonés, por ejemplo.
Habían cosas realmente sorprendentes. Gente que colocaba lienzos con los colores del estadio -o eran los colores del equipo?-; venta indiscriminada de choripanes y “pati viena” (una hamburguesa NOTABLE), chicas que bailaban en el entretiempo y que por cierto eran muy guapas, y una fauna de tipos con los ojos sacados de sus cuencas gritando algo bastante ininteligible, pero que sonaba como a “a booooooca lo llevoooo en el corazooooooon”.
La gente se veía nerviosa antes de que “el juez diera el pitazo inicial”. Qué pitazo?. Yo nunca escuché un pitazo. Porque la expresión?. Y mientras busco la respuesta, la pelotita se mueve, y un grupo de personas se pone a correr detrás de ella…
Debo reconocerles algo. He tenido dos momentos claves en mi vida, y que me unen directamente al fútbol. El primero fue a los 10 años cuando jugaba una final de taca-taca (metegol para los argentinos), con unos amigos que vivían en el barrio. Yo les arrendaba mis juguetes, y ellos ya sin plata, me desafiaron a un partido que les permitía condonar la deuda. Fue así como al rato les pasaba por encima en el jueguito. El taca taca era mío, y la práctica me tenía convertido en un maestro Yoda, así que no fue inconveniente estar en el momento de las definiciones, con la pelota debajo de un jugador, y con claras posibilidades de anotar el “último gol gana todo”. Mis manos sudaban. La deuda era considerable, y quería hacer un buen negocio. Chuteo la pelota y el arquero no alcanza a llegar. Estaba en la gloria. La deuda original de 100 pesos ahora era de 200, y no cabía en mi de la felicidad porque iba a poder comer todos los Fonzies que quisiera… esos que dejaban los dedos naranjos. Los de queso. Saben de qué les hablo, no?.
•Una tropa de buitres queriendo comerse a las “Boquitas”, la verdadera “barra brava” de Boca Juniors.
Mi otro momento futbolístico llegó en la enseñanza media. Acepté la invitación a un partido de fútbol con mi curso, sólo para no estar en clase de educación física en el liceo, saltando cabelletes y subiendo a cuerdas interminables.
Era el blanco de las burlas por mi clara incapacidad de dominar el balón, aunque por esfuerzo no me quedaba. Corría a cuanta pelota tuviera posibilidad de llegar. Y quizás fue eso lo que generó que alguien metiera su pierna por debajo de las mías y me botara al suelo. Penal. Como el equipo en que jugaba iba ganando, todos estuvieron de acuerdo que quien pateaba iba a ser yo. Ahí pude ver la real dimensión de los arcos de fútbol. Esta era una cancha con medidas reglamentarias (que no se cuáles son, pero se veía gigante). Puse la pelotita en el punto penal y recordé algunas imágenes de penales que había visto en la tele. Caminé con tranquilidad hacia atrás, con las manos en la cintura y el rostro inmutable; había tensión en el ambiente, aunque sospechaba que era mas de burla, por la clara posibilidad que la pelota se fuera a Venus producto de mi “destreza” en el arte futbolístico. Corro para chutear, y la cabeza me dice que voy demasiado rápido, que puedo fallar, que se van a reir, que gooooooooooooool, que entró!!, que corrí, que todos corrieron tras de mi, que quise hacer esa de tirarse al pasto arrastrando la humanidad, y cuando lo hice recordé que era una cancha de tierra y me resmillé toda la cara, y casi me ahogué con mis compañeros encima…
•Pa que van al estadio, si al final ven el partido por la tele?. Incomprensible.
No, si con el fútbol tengo cero onda. Y cómo no, si mis dos momentos de gloria tras una pelotita, han terminado con dolor de guata de tanto comer mierda, y con un esguince en la muñeca derecha por un grupo de trogloditas aplastándome hasta el cansancio. Cuando recordaba esto y cuando Católica iba ganando por 2 a 1, salí del sector de prensa y fui a comerme un choripán con cebolla y tomate. Y preferí terminar de ver como en las casetas radiales casi se atoran de tanto gritar por esa pasión de multitudes, esa a la que claramente un tipo como yo, no pertenece.