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No estoy triste. O sea sí, estoy un poco triste, pero no taaaan triste como para sentir que todo fue un desperdicio.
Conseguí trabajo a los 5 días de llegar a esta ciudad, he hecho la corrección de color de 2 largometrajes, edité 16 comerciales, hice un par de autorías de dvds, dicté un curso de extensiún en una universidad, grabé una frase radial y trabajé de corresponsal para un canal de tv de mi país.
En lo personal, hice dos amigos increíbles, me enamoré y desenamoré dos veces. Conocí la bronca y las envidias laborales de un país que no es el mío, pero conocí también a grandes personas que aún no sé exactamente porqué, creyeron en mi. Viajé en colectivos, taxis, trenes, remises y autos particulares, pero nunca manejé un vehículo. Vi más películas promedio que cualquier otro año en Chile, conocí el Teatro San Martín por dentro y el Colón por fuera. Estuve en San Telmo, Palermo, Barracas, Constitucion, Belgrano, Colegiales, Microcentro, Parque Patricios, Caballito, San Cristóbal, La Boca, Villa Crespo, Recoleta, Almagro, Vicente López y Quilmes. Probé la verdadera carne argentina, las tartas argentinas, las empanadas argentinas y bueno, todo lo que en Chile es igual, pero chileno.
Me enredé mil veces con el cambio un dólar-tres pesos, un peso-ciento setenta pesos. Compré libros y supe lo que es comprar libros baratos de verdad. Probé el fernet con coca, el whisky Glusoecer, el vodka Statilof y los vinos malbec, tempranillo, tinto, merlot y bivarietales del valle mendocino.
Vine porque necesitaba cambiar algo de mi vida. De la personal y la profesional. Aprendí a trabajar en video de alta definición, comprendí procesos de revelado y colorimetría… tuve tiempo para pensar como nunca lo hice en mi vida. Sufrí por estar lejos de mi hija, mis padres y los pocos amigos que me van quedando en mi tierra. Y hoy, veintiseis de abril de dos mil seis, les puedo confirmar sin ningún problema que los 16 meses, o 70 semanas, o 490 dias, u 11.760 horas y cientos de minutos y millones de segundos que pasé junto al Rio de La Plata se terminan. Hoy precisamente, decidí ponerle fin a esta aventura de la que nunca me voy a olvidar. Vuelvo a Chile en mayo, con toda mi vida a cuestas una vez más. Con muchos kilos de sobrepeso y con la sensación de que nunca en la vida voy a haber sido tan pleno como ahora. Desde el próximo mes, éste espacio quizás se llame “Jugarte en Chile”. Hoy mientras tanto comienzo a guardar los buenos momentos para llevarlos de vuelta al lugar que hace rato me llamaba. Nos vemos luego.

ESTO ES IMPORTANTE, CREO:

Alguien publicó un post en un blog, que asume que quien escribía esta bitácora (o sea yo) apoya esta campaña fake de MTV. Para evitar escalar en cualquier conflicto artificial, aviso que lo que van a leer más abajo, es mi particular forma de expresar una idea en tono irónico. Si además pueden notar, uno de los tags del post que se publicó hace 5 años!!!, dice claramente “delirios“, lo que reforzaría la idea de que todo esto era bastante más en broma que lo que entendió (o mal escribí para ser justos) el señor del otro blog. Eso sería todo.

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No sé si la señal de MTV que se ve acá es igual a la de allá, y ante la duda prefiero publicar la increíble campaña de la Asociacion Nuevo Renacer que se dedica a inculcar valores en la juventud perdida de hoy.

Ya estaba bueno que alguien se decidiera a hacer algo por estos locos descarriados.
El primer video es el tema central de la campaña, hecho por Happiness, grupo superventas en España, que a través de un simple pero directo mensaje insta a todos los jóvenes a esperar que “ése” momento sea sólo despues del matrimonio. Como debe ser, claro está:

Este segundo unitario, nos muestra el devastador escenario que se produce en algunas familias, cuando el hijo decide alienizarse en la pantalla de MTV. Por suerte, la madre encuentra respuesta a esta embarazosa situación:

Y bueno, la tercera pieza, es la de un joven perdido en la frivolidad televisiva. Este es un caso estremecedor, pero con un final feliz. De esos que nos gustan todos. Que alegría.

Gracias a Julián Gallo que iluminó este post tan esperanzador.

El Nokia 3220 me despertó a las 07:10, iniciando la jornada. 15 minutos más tarde, el piloto del calefón hacía un amago de funcionamiento y un chorro de agua tibia me limpiaba ubres y zobacos. A los 9 minutos, un vaso de leche La Serenísima –menos de 100 mil-, la Colgate 24 total, y dos vueltas de llave, me tenían a las 7:44, con 9 grados celcius, tomando el 152, que por 80 centavos y conducido raudamente por el chofer 1029, me llevaba al terminal de Buquebus para dirigir mis pasos a 3 horas de Buenos Aires, vía Rio de La Plata a Colonia de Sacramento.
Cuatro minutos después de bajar de un viaje de 7, hacía fila con otras 23 personas que estaban antes que mi en la única ventanilla que abierta a esa hora. El barco zarpaba a las 9, así que el rato prometía ser muy tedioso.
Pasaje, timbre, rayos x, y una doble oficina en que 1 funcionario argentino y 1 funcionario uruguayo, timbran a la vez mi pasaporte, certificando que el 17 de abril, salía de Argentina y entraba a Uruguay. Lejos, lo más raro si consideramos que ambos estaban en suelo argentino y a no más de 5 centímetros de distancia uno del otro.

A las 9 y 25 estaba sentado en el barco, tomando un café con leche de 3 pesos ($510 chilenos), y esperando en vano que la nave se moviera. Había un problema con el motor 4, y los técnicos avisaron que la reparación demoraría 1 hora y 30 minutos aproximadamente. Paciencia, paciencia, paciencia. Por suerte sólo pasaron 30 minutos y el armatoste al fin se movía, quedando entregados a una viaje de 3 horas entre ambos paises, con las sorpresas que la travesía pudiera deparar.

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La temperatura era de 17 grados cuando arribamos a Colonia. Agradecí al informe del tiempo que estuvo bastante ajustado, y salí a caminar por 1 de las 3 avenidas importantes que tiene este lugar, escencialmente turístico. Recordé el restoran en que comí en otro viaje -un exquisito pescado que decidí repetir en forma y fondo- así que caminé por General Flores hasta toparme en el número 19, el lugar en cuestión. Fue una Corvina a la mantequilla con puré y ensalada, claro que de todo aquel manjar lo principal, el pescado, era un pescado entero de 70 centímetros, adobado con lonjas de limón y tomates, por el que tuve que esperar más de 30 minutos, y del que sólo pude probar 2 bocados por la cantidad de moscas que aparecieron por el olor del ex pez.
La cuenta de El Torreón, fue de 540 pesos uruguayos, o 77!!!! pesos argentinos, lejos el más caro no-almuerzo individual que he comido en la vida, considerando que finalmente todo se limitó a las papas molidas y una ensalada de tomates con lechuga. Un bochorno.

Y como la lombriz solitaria me amenazó de muerte, dirigí unos 326 pasos hasta “La Pasiva”, una cafetería que amablemente atendida por la garzona 38, me ofreció 2 café con leche más un increíble sandwich por sólo 126 pesos uruguayos, o 18 pesos argentinos, o 3.060 pesos chilenos.
Engullí rápido, porque el barco salía de vuelta a las 17 y 30, y claro, llegué a la hora sólo para encontrarme con que el motor 4 había fallado nuevamente, y que la salida real iba a ser cerca de las 19:30. Como ya quedaba poca luz, me senté, puse play en el ipod, y dispuse el “shuffle mode” para deleitar mis oidos por espacio de 1 hora, hasta que la impaciencia me colmó, y con reclamos y caras largas, exigí subir al buque sólo para sentarme en algo más cómodo que la vereda del puerto.

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Y claro, como la historia va ya colmada de cifras casi estadísticas, puedo decirles que los 2 funcionarios de migraciones uruguayos no habían llegado, así que solo los argentinos me timbraron el pasaporte de entrada, tuve que hacer una fila de 36 perosnas para recibir mis documentos de vuelta ya legalizados, hacer otra cola, ésta vez de 80 humanos para subir al maldito Buquebus (que tiene capacidad para 1200 y volvía lleno); esperar hasta más de las 8 porque el maldito motor 4 seguía sin funcionar, hacer un viaje de vuelta con 8 grados celsius en la cubierta, porque se me ocurrió sentarme al lado de los 2 pendejos mas hinchapelotas del planeta, y llegar a las 11 y 30 de la noche a Casaméxico, para encontrar que mi futuro ex compañero de casa me había dejado una nota pidiendo que haga las gestiones para desconectar la línea telefónica y el servicio de internet -que yo contraté- antes que me vaya de la casa… No, si así se va a venir la vida con los números, mejor váyanse todos a las rechucha. Me agoté.

Cuando Rodo me decía que se iba a casar con su novio, mi cara era de pasividad extrema. No me puse ansioso, mucho menos suplicante. Sin embargo mientras hablaba y hablaba, quería tomar mi vaso de Leche Cindor, y salir de la cocina. Al rato pues, mis palabras eran acciones y guía en mano, salía en dirección al Malba a ver una muestra que no podía perderme.

El Resfest es un festival que existe hace unos 5 años y que se cartacteriza por un marcado énfasis en las tecnologías digitales. Es un festival itinerante, y recorre de manera competitiva ciudades como Londres, Dublín, Nueva York, y a modo de exhibición fuera de competencia por Sao Paulo y Buenos Aires.

Hubo cosas muy interesantes, como una retrospectiva del trabajo de Beck, muestras específicas de directores que simplemente estan locos, como Jonnie Ross, y algunos delirios extravagantes como la muestra By Design.

Momentos de profundo dolor se vieron en las exhibiciones. Y no hablo de un dolor físico, más bien emocional, al ver a personajes extremadamente cool caminando por los pasillos de un museo extremadamente cool. Y es que Resfest está enmarcado en algo así como la creme de la creme del cortometraje mundial. Y Baires hizo honor al concepto. Pero lo más entretenido y muy lejos de lo fashion, ocurrió precisamente en la sala, cuando la multitud de espectadores congregados para ver la primera muestra del sábado se llevaron una frase para el bronce al final: …”che, y para ésta cagada pagamos 9 pesos?. Lo único decente son las minas con el respeto de las minas, claro….”. Carcajadas, aplausos y vítores. La verdad es que ésa muestra simplemente era eso. Una cagada. Y claro, no por las minas.

Alquilar un departamento en Santiago incluye requisitos que todos conocemos: tres últimas liquidaciones de sueldo, un aval decente, fotocopia del carnet por los dos lados, un mes de garantía y el primer mes de arriendo. En rigor, todos los ciudadanos de bien podrían hacerlo, porque incluso los que boletean logran conseguir un techo para vivir. Sin embargo, la cosa acá en Baires es diametralmente opuesta. Durante la crisis de 2001, muchas personas dejaron de pagar el alquiler, muchas también se tomaron casas y departamentos, y sus dueños quedaron de brazos cruzados, porque la Constitución protege el derecho a acceder a una vivienda, más aún si la familia tiene hijos menores de edad. Ergo, las condiciones para vivir en un lugar, después de la crisis, simplemente son de locos. Se protegen de los estafadores. Ejemplos: hay que tener un aval que sea dueño (dueño!!!) de una propiedad en Capital Federal; además es imprescindible tener un depósito por una cantidad que decide el corredor de propiedades, súmenle a eso el mes de arriendo y el de garantía, la casi nula oferta en barrios decentes, y que para un chileno, cualquiera de esos ítemes son sino imposibles, muy difíciles de cumplir cuando trabajas a honorarios. En fin. Me echaron de Casaméxico. Como lo leen. El dueño de casa se enamoró de su novio, se van a “casar” y no quieren un inquilino en casa. Yo. Tengo un mes para buscar algo, y no encuentro nada por el precio que puedo pagar. También tengo que pensar en una cocina o un refrigerador, en los gastos comunes (expensas) y un etcétera que me da dolor de cabeza.
Empezó mi cuenta regresiva en esta casa y también mi posibilidad histórica de llevarles a ustedes una especie de “reality inmobiliario”. No sé qué va a pasar. No sé cómo la voy a hacer. Algo se me va a ocurrir, como siempre. De momento tengo mucha bronca con Rodo y su novio. De momento tengo cosas más importantes que pensar. Se viene el invierno, los bajones y un sin techo. Está bueno el 13.

Ando desaparecido. Pero dejo posteada una deuda que tenía pendiente. Cumplí estoicamente con mi promesa moral de no publicarlo mientras no existiera el video en otra parte. Ya está online. Y mi conciencia de pasada, camina tranquila.
Con ustedes y en exclusiva, el trailer de “Una película de Huevos”. Que huevada.

Salio de no se donde. Ergo es un robo. Uno bueno, eso si.

Hace algunos años, cuando solo existían las líneas de teléfonos fijas, el marcador de tu nivel de popularidad social era la cantidad de mensajes que encontrabas en el contestador automático al regresar a tu casa. Pocas cosas resultaban tan deprimentes como ver ese número cero titilando como una burla en rojo, una sorna digital confirmándote que nadie te había llamado para invitarte a una fiesta ( porque en la cabeza del outcast, el mundo está lleno de fiestas a la que no lo han invitado)

El celular terminó un poco con esa situación, porque aunque ahora tampoco te llama nadie, al menos no te llaman… en cualquier lugar en el que estés, y el regreso a casa, ese trámite tan cuesta arriba para el que va a pasar la noche solo, se había hecho así un poco mas llevadero desde que el contestador fue a parar al cajón de los aparatos viejos, junto con la zipera y la latita que bailaba.

El blog, como todo buen invento, nos trae de regreso esa sensación olvidada, pero corregida y aumentada. Porque ahora, cada vez que abro el blog y veo que en las entradas hay ” 0 COMMENTS ” , siento otra vez la prueba infalible y electrónica de que hay fiestas esta noche, si, pero ninguna de esas fiestas se suspenderá por nuestra ausencia.

Y peor aún , porque si antes esas fiestas eran las de nuestra ciudad, ahora gracias a Internet…son todas las fiestas que se celebran esta noche en el mundo en las que no estaremos.

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Enfrente de la casa de mis viejos y en la que viví buena parte de mis actuales años, hay una plaza. Una que han remodelado solo 2 veces en más de 60 años. Una de esas fue antes del terremoto del 85, así que mientras estaba aún cerrada al público, veíamos como había que remodelarla de nuevo por todo lo que se desarmó. Pero antes de esa época -o sea cuando la plaza era vieja y fea- mientras caminaba encima de las bancas de piedra que la rodeaban, me encontré en medio del maicillo, un billete de 50 pesos. Azuilito, lindo. Pensé que quizás se le había caído a alguna abuelita, por lo doblado que estaba. Y claro, más que eso no pensé, porque la verdad es que poco me importó que alguien pudiera andar con un billete menos en el bolsillo. Menos por ser tan pajarón.

Crucé la calle y corrí a mi casa a contar del hallazgo. Y tuve la mala fortuna de contarle a mi mamá de lo que había pasado. Y ella lo mejor que hizo fue tomar el billete y simplemente guardarlo en su chauchera. Se lo pedí y me dijo que no me creía mucho eso de que “me lo había encontrado”. Lloré y patelié, pero de nada sirvió. Sentí cómo mis derechos del niño eran pisoteados por mi vieja en un acto que recuerdo aún con tristeza e injusticia. Ahora -como no- ella niega que eso haya pasado alguna vez, sin embargo para mi es un recuerdo que está marcado en una de las pocas neuronas que van quedando vivas en mi cabeza.

Probablemente a estas alturas ya alguno se esté preguntando qué tiene que ver el título del post con esta traumática historia de la infancia. Simplemente hace unos dias recordaba mi tierra y no puede evitar pensar que en esos años, con 50 pesos podria haber comprado un pedazo del mundo. Esos cincuenta pesos me alcanzaban para 5 paquetes de Fonzies, 20 fichas de flipper (o video, depende del ánimo); 2 helados Columbia (con centro de crema y cubierta de gomita); o en su defecto 100 -si, CIEN- chicles Lobito. Y ojo, que éste no es un post nostálgico, simplemente cito algunas estadísticas históricas.

Toda esta remoción de recuerdos se da por una conversación que sólo el alcohol permite. Porque empezamos a conversar con un amigo sobre qué cresta se hace ahora con cien pesos chilenos. Y la verdad es que nada. Nadie pudo comprar un afiche con la cara de Bachelet para ir a saludarla a las calles, porque valían 500; ningún escolar pudo usar su beneficio para ir a clases el miércoles pasado, porque el pasaje vale 120; niuno, sí, niuno de esos ganosos de las frituras pudo adquirir el archireconocido paquete de papas fritas chicas (con o sin tazo), porque las cagadas valen 200… y el paralelo con Buenos Aires fue inevitable, porque con un peso (que es la moneda clásica de acá, y equivale a 170 pesos de allá), haces muchísimo más. Te compras un Pancho (prototipo de completo); viajas en subte y te sobran 20 centavos. Viajas en micro y te sobran 25 centavos, viajas en tren y te sobran hasta 50 centavos!!; compras un chocolate y no te sobra ningún centavo, y cuando vas a comprarte un helado y quieres el más barato entiendes que aquellos dias de los cincuenta pesos con los que cambiabas el mundo financiero de tu enana vida, valen absolutamente nada. Da lo mismo si estás en Chile o Argentina. Mucho menos en Francia o Inglaterra. La expresión mínima de la palabra “barato” ya no existe ni siquiera a la hora de comprar un simple y cagón lolly pop. Frustración y cara de amurrado. Quería ese helado, pero era pagarlo con esa moneda de peso o con un billete de cien que eran los únicos extremos que cargaba en el bolsillo… pensé en Chile y en un Choco, en un Piña, en un Panda Helado… en un Mustang. Y claro, ya era imposible. No estoy allá, y con lo caro que está todo en mi tierra, capaz que cualquiera de esos ya vaya por los 500. Que bajón.

Hace unos días lei por ahí que los ochentas fueron una década que debe ser olvidada. Mientras repasaba el texto, los recuerdos y las lágrimas se sucedían como si una fuerte ventisca arrasara con este siglo XXI para trasladarme en el tiempo, y añorar estar en la época en que la ropa y la música bastaban para seducir a la juventud espinillenta y parcialmente velluda de esos días. Como olvidar momentos en que tipejos de escasa categoría aparecían como callampas en la televisión, cantandole al amor. Y no porque el amor esté mal, sino porque el mal gusto con que se mostraba era simplemente aterrador. A pesar de eso, mi corazón está dividido. Aborrezco ese pasado, pero estoy tan lleno de placeres culpables que no puedo evitar sentir que ese tiempo pasado efectivamente fue mejor. Quizás porque no habían responsabilidades demasiado importantes, o porque jugar o vagar o hablar pelotudeces fuera igualmente válido que cualquier conversación que podríamos tener ahora de adultos con algún contemporáneo, sobre temas realmente importantes .

Lindos ochentas. Esos que ahora avergüenzan a unos e intimidan a otros. Y que culpa tiene esa década?. Simplemente darnos más de lo mismo, sólo que con dudoso estilo. Peores eran los noventas, donde una tropa de desvergonzados se paseaban por los medios de comunicación masiva, para enrostrarles en la cara a esos soldados del pop de antes, que ellos llegaban a renovar todo, a cambiar el mundo y a conquistarse a todas las chicas. Y bueno, quizás en parte era cierto, salvo porque uno con pinta de machote terminó en algún baño de restorán compartiendo su amor, claro que con otro chico…

A pesar de todo, agradezco que esas dos décadas hayan pasado. Me siento bien en ésta en que las guitarras comienzan a sonar con más fuerza, y donde el punchi punchi tiene tanta difusión como el rock. La diversidad en su máxima expresión. “Muera el pop!”, es mi arenga final. El asqueroso, el que hace rato va en retirada. Ese que anuncia su retiro de la musica (gracias San Guchito, por favor concedido). El resto tiene permiso para un revival. Incluso éstos. Porqué?. Quizás porque en el fondo del corazón, personaje tan detestables como ellos, me hagan recordar que ésos al igual que ahora, son buenos, muy buenos tiempos.

Y resulta que tenía un alter ego. Si es que éste personaje puede entrar en aquella categoría. Apareció, así sin más. Tocó la puerta, y entró arrastrando maletas y un silencio que a ratos perturba. Un mamarracho con ojos desorbitados y piel excesivamente alba. Tiene tan poco pelo como quien escribe, y de momento no le he escuchado más sonidos que los de una pequeña cadenita que cuelga de su cabeza. Si, de su cabeza!. Es raro, y lo más, es que se llama como yo. Bueno, así exactamente como yo, no. Lleva mi segundo nombre y curiosamente mi segundo apellido. Quiero saber más de él, pero su actitud me preocupa, inquieta y aleja. Son demasiadas las coincidencias como para pasar por alto la llegada de éste hombrecillo a mi vida. Lo único que quiero es que no intervenga. Menos lo único que va quedando sin sus manos carentes de dedos: el blog.